Considerado uno de los jugadores más brillante de la historia de Boca Juniors, Hermino Antonio González, "Pierino", falleció en las últimas horas en la ciudad a los 87 años.
“Unos cuantos rivales me trataban mal, me querían sacar de la cancha. Lo que pasa es que a veces se me iba la mano, porque yo los gambeteaba para un lado y después los volvía a buscar. Ahí era cuando se enojaban”. Esa autodefinición, brindada en una entrevista que le concedió a este medio cuando cumplió setenta años, publicada el 7 de octubre de 1999, es una gran pintura para quienes no lo vieron jugar, una inmensa mayoría.
Por una insuficiencia cardíaca falleció a los 87 años su autor, Herminio Antonio González, “Pierino” desde muy poco después que se puso la camiseta de Boca Juniors, uno de los más grandes futbolistas surgidos de las canchas marplatenses.
Por algo jugó casi una década en el club “xeneize”. Kimberley lo cedió a préstamo por un año con opción en abril de 1949. Su pase, en definitiva, le costó a los boquenses $40.000 de aquella época, según dice el periodista Armando Fuselli en su libro “100 años de fútbol marplatense”.
Salvo en 1955, año en el que fue cedido a préstamo a Ferro Carril Oeste, Pierino jugó en Boca hasta 1959, pasó un año a Huracán y después regresó a Mar del Plata para jugar en la Selección y en Quilmes (de 1961 hasta 1968). Después de un paso por Once Unidos, terminó su carrera en 1972 en El Cañón, jugando una final contra Florida, equipo en el que daba las hurras otro enorme jugador, compañero suyo en Quilmes: el gran Marcelino Cornejo.
Más allá de una experiencia breve como entrenador en Desamparados de San Juan en 1976, siempre fue orgulloso de su estirpe de jugador. “Nunca me gustó ser técnico porque no me quise amargar. El fútbol es muy lindo como para que te amargue la vida. Por eso preferí ser jugador. Al nivel que sea, pero yo quería jugar”, le dijo a Fernando del Rio, autor de aquella nota que LA CAPITAL le realizó en 1999.
No era fácil entrevistar a González, huidizo a la hora de enfrentar a los medios. Pero, por aquella época, se cruzaba repetidamente en los “picados” de Parque Camet con compañeros de este medio y entre varios lo fueron convenciendo para que accediera a una charla. “Nunca me gustó hablar mucho en los medios. Para mí, lo pasado pasó, ese es mi lema”, se defendió aquella vez.
Radicado en Mar del Plata desde muy chico, González había nacido el 6 de octubre de 1929 en el pueblo santafesino de Beravebú. “Nada de hospital, ni nada que se le parezca. En la casa. En aquella época todo era casero”, contó.
Su familia -Pierino era el tercero de cinco hermanos- emigró a Buenos Aires cuando el tenía cinco años. Más tarde eligió Mar del Plata.
“Siempre tuve una pelota cerca, pero no jugué hasta los 15 años, cuando ya viviendo en Mar del Plata debuté en la tercera de Kimberley. En Buenos Aires sólo jugaba en los barrios y en Santa Fe ni me acuerdo”, confesó en aquella entrevista.
Ya jugador kimberleño, compartía el fútbol con el trabajo en una heladería ubicada al lado del Casino. Pero su amor por la pelota superaba todo. “Para mí era hermoso jugar con una camiseta. Nunca antes lo había hecho. Era saber que jugaba por algo”, relató.
De 7 o de 11. Era lo mismo. Wing clásico. El periodista Dante Panzeri no solía regalar elogios. Pero alguna vez escribió que una delantera del seleccionado argentino se podría haber formado “con Herminio González, Herminio González, Herminio González, Herminio González y Herminio González”.
El periodista Mario Truco tuvo el privilegio de haberlo visto jugar. Hace algunas semanas, en charla con el programa “Dame Fútbol”, que se emite todos los miércoles de 20 a 22 por FM Residencias, lo mencionó como uno de los mejores que se hayan formado en estas canchas.
“Herminio Antonio González me deslumbró. Me deslumbró por una habilidad inusual. Un malabarismo que fue en detrimento de su propia producción futbolística, que lo hacía parecer como ajeno a la responsabilidad de un partido de fútbol, de un fútbol profesional como el que practicó en los máximos niveles”, lo definió.
“Entonces volaba, era muy livianito -contaba González en aquella entrevista de LA CAPITAL-. Bien entrenado andaba muy bien. Dominaba las dos piernas y por eso jugaba en las dos puntas. Mi jugada preferida era el amague o llegar al fondo y tirarla para la pierna contraria. Ahí no me entendían ni mis compañeros. Entonces me quedaba el espacio justo para sacar el centro medido. ¿Sabe quiénes la hacían parecida? Houseman y Ortiz, los dos mejores wines que yo vi después de mi retiro”.
Pierino, después de una larga carrera, siguió dándole a la pelota. Como cuando era pibe, sin una camiseta. Ya se había subido al taxi, su trabajo durante un cuarto de siglo. “Siempre tenía mi bolsito en el baúl y dónde veía un picado me bajaba. Nunca me decían que no. Perdía algunos pesos, pero me daba el gusto de jugar”, narró.
Protagonizó “picados” en Parque Camet hasta pasados los setenta años. “Es difícil para el que jugó, dejar de hacerlo”, explicó.
Se subía a la bicicleta y pedaleaba hasta Camet. “Cuando me quieren traer en auto los mando a otra parte. Anduve 25 años en un taxi y tengo que recuperar algo del tiempo perdido”, contó en aquella nota que coincidió con su cumpleaños Nº 70.
Ese, para los pibes que no lo conocieron, era Herminio Antonio González. Pierino, como lo bautizaron los hinchas de Boca, en honor al niño prodigio italiano Pierino Gamba, quien había dirigido la Orquesta de Opera de Roma con 9 años y en 1950 se había presentado en el Teatro Colón. Como Gamba, González también tenía la batuta.
Vivía desde hace algún tiempo en un Hogar de Ancianos. Este lunes su vida se apagó. Pero su recuerdo sigue iluminando.